Las palabras que siguen sirvieron de preámbulo a un apasionante libro de Julio Ferrer y Héctor Bernardo, que recoge opiniones de personalidades argentinas (dirigentes políticos, intelectuales, deportistas, médicos y sicólogos) sobre la figura de Fidel. Los autores hicieron un número importante de entrevistas y sumaron a ellas materiales de archivo para componer un homenaje coral de la patria del Che a nuestro Comandante.
Este 13 de agosto, se hará una presentación virtual de la reedición de este libro en homenaje al cumpleaños de Fidel, donde participaremos: el editor Fernando Darío Roperto, de «Acercándonos Ediciones», como moderador; nuestro Embajador en Argentina Pedro Pablo Prada; la investigadora y periodista Stella Calloni; y Julio Ferrer y Héctor Bernardo.
«A MANERA DE PRÓLOGO», texto introductorio de Abel Prieto al libro «FIDEL EN LA MEMORIA ARGENTINA»
1
Hace una semana, en Bayamo, en el acto por el 26 de Julio, el Presidente Díaz-Canel evocó la última vez que el Comandante en Jefe habló en conmemoración de la fecha: fue precisamente allí, en esa plaza, en 2006.
Dijo en aquella ocasión:
El día en que existan sociedades verdaderamente justas en el mundo […], ese día, con mucha racionalidad, se podrá hacer el uso de toda la fuerza de la educación para crear valores y especialmente trasmitir valores. Esa es una tarea del maestro, del educador, del profesor, desde la primaria hasta los ciento y tantos años; porque creo [que] hay no sé cuántos miles ya de ciudadanos en este país, y es lógico, y habrá más cada vez, que rebasen, incluso, la cifra de los 100 años. Pero no se asuste nuestro vecinito del Norte, que yo no estoy pensando en estar ejerciendo funciones a esa edad; porque, además, la que ejerzo no se debe a mi voluntad, ni mucho menos, nunca luché para eso. Sí, lucharé toda mi vida, hasta el último segundo, mientras tenga uso de razón, por hacer algo bueno, hacer algo útil, porque todos hemos aprendido a ser mejores con cada año que nos pasa por encima, todos los revolucionarios…
Cuando el Comandante terminó su discurso y entró en el salón de protocolo que forma parte del complejo monumentario de la plaza, un grupo de artistas y compañeros del Ministerio de Cultura tuvimos la oportunidad de intercambiar con él unos minutos. Estaba pálido, sudoroso, y parecía cansado. La trovadora Sara González se le acercó para preguntarle: “Eh, Fidel, ¿cuántas horas dormiste en el viaje?”
(Sara era una de las pocas personas que conocí que no le llamaba Comandante, sino Fidel, y se permitía tutearlo. “El viaje” al que se refería era obviamente el vuelo de regreso desde Argentina. El 21 de julio había participado en la XXX Cumbre de Jefes de Estado del MERCOSUR y en la clausura de la Cumbre de los Pueblos en el Estadio de la Universidad de Córdoba. Al día siguiente, el 22, visitó con Chávez la casa-museo del Che en Altagracia, momento que, por cierto, quedó fijado en este libro gracias al testimonio de Calica Ferrer.)
El Comandante le respondió a Sara que había dormido poco, porque quiso aprovechar el tiempo y adelantar la revisión de las planas de un libro (la segunda edición de Cien horas con Fidel de Ignacio Ramonet). Supimos luego que no había dormido absolutamente nada en el avión y que, además, debía trasladarse a toda velocidad hacia otra provincia oriental, Holguín, a la comunidad de Pedernales, para inaugurar el mayor sistema de grupos electrógenos sincronizados del país.
Fue en el vuelo de regreso a la Habana donde estuvo a punto de morir.
El 31 de julio se hizo pública su “Proclama al pueblo cubano”. Informaba que había sido intervenido quirúrgicamente a causa de una grave dolencia intestinal y que hacía entrega de la dirección del país a Raúl, Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
El 28 de marzo de 2007 publica la primera de sus “Reflexiones”, donde denuncia “la idea siniestra de convertir los alimentos en combustibles”.
Examinando retrospectivamente los acontecimientos, resulta impactante que Fidel —desde el acto en Bayamo del 26 de Julio— haya advertido a “nuestro vecinito del Norte” que no pensaba ejercer indefinidamente sus funciones como gobernante; pero que, eso sí, iba a seguir luchando: “lucharé toda mi vida, hasta el último segundo, mientras tenga uso de razón, por hacer algo bueno, hacer algo útil”.
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Mientras leía este magnífico libro, donde el Comandante se hace visible todo el tiempo gracias a la memoria y al cariño de tantos amigos argentinos, recordé una oportunidad en que visitó Mar del Plata por vía telefónica, moral, espiritual, aunque no estuviera allí físicamente, los días 4 y 5 de noviembre de 2005, cuando se realizó la Cumbre de las Américas y, paralelamente, la Cumbre de los Pueblos.
Hubo una grandiosa batalla contra el ALCA [le cuenta a Ramonet], bueno, hubo dos, una en la calle y el estadio, y otra en el recinto donde estaban reunidos los jefes de Estado.
Fidel habla de las personalidades que participaron en la marcha y hasta describe la llovizna gélida que cayó sobre la multitud. Se mantuvo al tanto de todo. Desde su despacho en la Habana, llamó cientos de veces por teléfono a algunos miembros de nuestra delegación para conocer minuciosamente cada paso de una victoria que él contribuyó a diseñar, con la mezcla que lo caracterizaba de mirada estratégica y pasión por los detalles. Reclamaba saber cómo estaban Silvio y los demás trovadores que cantarían en el acto del Estadio Mundialista de Mar del Plata antes de la intervención de Chávez. Le preocupaba la demora del líder bolivariano (quien se encontraba todavía en la “Cumbre oficial”) y si se habían solucionado los inconvenientes, las aglomeraciones, el cierre transitorio de algunas entradas, para que la gente accediera a la instalación. Era obvio que hubiera querido trasladarse de un salto mágico desde el Caribe hasta el sitio donde se libraba, en Mar del Plata, la “grandiosa batalla contra el ALCA”.
3
Fidel Castro en la memoria argentina, de Julio Ferrer y Héctor Bernardo, nos muestra vívidamente la huella que dejó el líder cubano en muchos argentinos, el vínculo tan particular que lo unió con la patria del Che, el diálogo ininterrumpido que mantuvo a lo largo de décadas en torno a la Argentina, a su historia, a su presente, a su futuro, al papel de ese gran país en el destino de América Latina, gracias a sus contactos con intelectuales, políticos, líderes de movimientos sociales, médicos, deportistas, gente muy diversa, de varias generaciones.
Los compiladores van construyendo, pieza a pieza, testimonio a testimonio, un retrato de Fidel que reúne la grandeza del líder, su visión, su genialidad, y su calidez excepcional de ser humano. Su sensibilidad hacia el dolor ajeno, su delicadeza, su solidaridad.
Lo dice Stella, con ese amor particular que sentía por él (y que fue sin duda un amor correspondido):
Esa capacidad de emocionarse por las cosas que le pasan a la gente, al punto de que no pueda traicionar ni en sueños a su pueblo (…). Fidel en medio de todas sus obligaciones siempre está pensando cómo estará el otro.
También lo dice Hebe con palabras muy hermosas:
…además de ser un hombre político, un dirigente revolucionario, tenía esa sencillez y calidad humana que te sorprendía y te emocionaba. Fidel es el dirigente revolucionario más importante del siglo veinte y veintiuno. Por su valentía, inteligencia, por su entrega a la revolución en toda Latinoamérica, su sabiduría, humildad y sus enseñanzas. Fidel es único.
A Cristina Fernández, Fidel, ya retirado, le abrió las puertas de su casa. “Sentí que habíamos logrado crear una relación casi familiar”, dice Cristina. Y concluye: “Nunca te hacía sentir que estabas hablando con una leyenda universal y viviente.”
Alberto Granado descubre en el Comandante “el líder que yo creía que no existía”. De todos modos, antes de instalarse definitivamente en Cuba, le dirige al Che una pregunta provocadora sobre Fidel:
“¿Y a tu jefe, no le irá a pasar como a Betancourt o a tantos otros, que una vez en el poder se olvidan de que fueron revolucionarios?” Se puso muy serio y me dijo: “Petiso, por ese hombre vale la pena jugársela.”
Frase popular, desalmidonada, estremecedora: “Petiso, por ese hombre vale la pena jugársela”. Pudiera servir de epílogo a Fidel Castro en la memoria argentina.
Atilio subraya que, más allá de su ausencia física, “lo importante es que ha dejado un legado ideológico, político y educativo inquebrantable. Fidel Castro era de otra galaxia. Es una leyenda revolucionaria”.
Adolfo Pérez Esquivel se niega a referirse a Fidel y a su causa como algo pretérito:
Hablar de mi amigo Fidel y mi hermano pueblo cubano no es hablar del pasado, es construir la memoria presente de Nuestra América para que el vivo, valeroso y amoroso ejemplo del pueblo cubano nos sirva de llave de la esperanza en nuestros caminos de lucha y unidad hacia un mundo más humano.
Muchos testimoniantes perciben en Fidel una fuerza especial, tenaz, inagotable, una energía inspiradora, algo de lo que podemos aferrarnos en las peores circunstancias.
Patricio Echegaray afirma:
…nos animamos a decir que nunca fue tan grande y digno de admiración como cuando ante la derrota del llamado socialismo real, se puso al frente de quienes en cualquier lugar del mundo alzamos nuestra voz y enfrentamos la contrarrevolución conservadora y sus soberbias pretensiones de declarar el “fin de la historia” y celebrar los funerales del marxismo y las revoluciones.
Carlos Aznárez resume el tema de este modo:
…cuando las dificultades nos apabullen, cuando creamos que nos estamos quedando sin fuerzas, cuando a veces nos falten respuestas, cuando la confusión reinante nos haga dudar sobre quién realmente es el enemigo, en esos momentos de oscuridad y desazón, volvamos a Fidel, a sus ideas, a su ética, a su audacia, a su coraje, a su lógica revolucionaria y empinémonos nuevamente en la maravillosa aventura de querer tomar los cielos por asalto.
Hay que felicitar a Julio Ferrer y a Héctor Bernardo por la aproximación múltiple y entrañable al líder de la Revolución cubana que nos ofrece este libro. Desde las evaluaciones tan incisivas del Che sobre los componentes de su imantación excepcional, hasta el poema imprescindible de Gelman y tantas anécdotas que van más allá de lo coyuntural para añadir otra pieza al vasto rompecabezas de Fidel Castro en la memoria argentina.
No hay un solo pasaje superfluo en este libro. No hay una página aquí que no contribuya a la resurrección cotidiana de Fidel, de su ejemplo, de su pensamiento, de su voluntad a toda prueba, de su espíritu solidario, que es algo que necesitamos los cubanos, los latinoamericanos y caribeños, los desamparados del Sur, “los pobres de la tierra”, como les llamó Martí.
Gracias de nuevo, desde Cuba, a los compiladores y editores, a los hermanos argentinos que juntaron sus voces y recuerdos para rendir homenaje a nuestro Fidel, a nuestro Comandante.
La Habana, 2 de agosto de 2019
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